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Domingueros

Domingo y el eco

Declaración tomada por la Policía a S.A.G., tras ser detenido cuando intentaba quemar a toda una familia cuando estaba en un camping.

Soy culpable, señor comisario... Soy culpable de no haberlo intentado antes.

Gracias al pluriempleo, todavía no había podido tener vacaciones en este milenio. Al fin conseguí encontrar dos días libres, así que me decidí a respirar un poco de aire puro y relajarme. ¿Acaso es pecado ir a un camping en la montaña, es pecado?

Estaba amaneciendo, cuando paré en una gasolinera. Llené el depósito y cuando me disponía a pagar me sorprendió un fuerte chirrido seguido del ruido de un golpe. Una furgoneta había chocado contra mi auto.

- ¡Uy, qué golpe más tonto! -dijo una mujer bajando del vehículo agresor-. ¡Ah!, no te preocupes Domingo, no hay ni un leve arañazo en la carrocería.

- ¡Eres un cielo, Pituca! -replicó un señor bajito que salía por la puerta del copiloto-. Yo hubiera dejado el parachoques hecho unos zorros...

Yo, entre el golpe y el diálogo de semejantes personajes, no reaccioné hasta pasados unos segundos.

- ¡Pe... pe... pero oiga! ¡Señora, es que no ha visto usted mi coche! ¡Mire que abolladura! ¡Y el piloto trasero izquierdo!

- ¡Domingo! Este hippy me está acosando, haz algo.

- ¡Pablito, saca a Dolor de la furgoneta de papi! -dijo el hombre-.

Un bulldog del tamaño de un elefante bajó por la puerta trasera, seguido de un niño de unos cuatro años. El can se paró frente a mí y se sentó, enseñándome sus dientes y emitiendo un leve gruñido. El niño, que le sujetaba con una correa, me miró y sacó su lengua.

- ¡Na... nada! ¡Je, je! No ha tenido importancia. ¡Je, je! Estas cosas pasan -dije entre dientes, intentando no levantar la voz por si el perrito se soliviantaba-.

Me dirigí a pagar a la caja echando leches. Cuando volví y fui a abrir la puerta del auto, noté que estaba encima de un charco; las ruedas de la parte del conductor estaban mojadas y un líquido amarillento seguía resbalando por ellas. Miré hacia la furgoneta y ví a Dolor y a Pablito mirándome fijamente. El puñetero niño sonreía; y, ahora que lo pienso, el maldito chucho también.

A los diez minutos de abandonar aquel lugar, escuché un claxón a mi izquierda. Al volver la vista, me encontré con la furgoneta que me adelantaba y al señor bajito sacando una mano con un dedo hacia arriba. Reduje la velocidad, y dejé que aquellos malhechores se alejaran lo más rápidamente posible.

Acababa de pasar el cartel que anunciaba el camping a tres kilómetros, cuando divisé delante de mí, a unos doscientos metros, algo tirado en medio de la carretera. ¡Era una persona! Cuando paré, ya era demasiado tarde. No era una persona, no. Era el niño ese de los coj... En un instante mi coche se vió abordado por la familia al completo.

- ¡Anda, pero si es el hippy maleducado de antes! -escuché desde el asiento de atrás-.

- Sí, este es de los capullos que pican con el truco del cadáver en la carretera... -dijo el hombre a mi derecha-.

- ¿Pero oigan, cómo se atreven? ¡¡Abandonen ahora mismo mi vehículo!!

- Ya sabes, Domingo, que hace unos años no nos hacían falta estas artimañas. En aquel entonces yo era preciosa y, sólo con ponerme en el arcén y enseñar un poco las pantorrillas...

- Sigues siendo preciosa, Pituca mía, sigues siendo preciosa.

- ¿¡Pero es que no me oyen...!? ¡¡¡Fuera!!!

- ¡Mamá, mamá! ¿He estado bien, he estado bien?

- Si, niñito querido, ni Laurence Olivier hubiera estado mejor.

- ¡A ver, hippy ignorante, nosotros vamos al Camping Las Tarántulas! Llévanos rápido allí, que tenemos que llamar a una grúa que nos recoja la furgoneta. Y prepárate si el mecánico dice que la avería ha tenido algo que ver con el accidente de antes, prepárate... -el hombre se volvió hacia atrás y añadió-. ¡Pituca, saca el spray desodorante que aquí huele a cuadra!

- ¡Les voy a denunciar a la Policía! ¡¡Fuera ahora mismo de aquí!!

Un gruñido familiar llegó a mis oidos desde el asiento trasero. Miré por el espejo retrovisor y observé a Dolor babeando y mostrando los dientes.

- ¡Por supuesto, señores! ¡Los buenos ciudadanos debemos estar para servirnos los unos a los otros! Ya lo dice el refrán: Hoy por ti y mañana por mí... -no podía creer que estas palabras salieran de mis labios-.

Domingo escogió la emisora de radio que escuchamos hasta que llegamos al camping. Ocho minutos de Pavarotti son más que suficientes para atormentar a cualquiera, ahora lo sé. Y por fin llegué a... En ese momento caí en la cuenta que yo también iba al "Camping Las Tarántulas". Mientras esos salvajes buscaban un teléfono en el recinto, yo pregunté al señor de recepción dónde quedaba el pueblo más cercano con hotel.

- Sólo a veinte kilómetros, yendo por esa carretera hacia el norte.

Por fin iba a librarme de esa pesadilla. Subí de nuevo al coche y... ¡cáspita! -la verdad es que solté otra interjección que no quiero volver a repetir-, ¡las llaves habían desaparecido del contacto!

- ¿A dónde crees que ibas, hippy? -la forma que tenía esa odiosa mujer de llamarme me ponía los pelos de punta-.

- No le llames así, querida. Se llevan la furgoneta al pueblo, con el colchón y los sacos de dormir incluidos. ¿Con quién crees que este amable señor va a compartir su tienda el fin de semana...?

Juro que en aquel momento me pellizqué la mejilla por si estaba soñando. En menos que canta un gallo me encontré con mi tienda unipersonal montada por ese tal Domingo y su repelente niño. Yo hice lo que cualquiera en su sano juicio hubiera hecho en ese momento: ir al bar a emborracharme lo más seriamente posible.

Me desperté y noté que estaba helado. Helado, salvo por esa agradable sensación de calor en los pies... ¡Vaya! Estaba durmiendo frente a mi tienda encima de la húmeda hierba y... y... ese chucho estaba acurrucado a mis pies.

- ¡Buenos días, Salustiano! ¡Qué cogorza que se cogió Ud. ayer, eh! Ha dormido casi quince horas seguidas.

- Quin... ¿Quince horas? ¿Dónde estoy? Ya recuerdo... ¿Oiga, como sabe mi nombre?

- Bueno, je, je... Pituca se encaprichó con una falda que vió en el supermercado del camping y tuvimos que tomarle la cartera prestada. No se preocupe, no se preocupe, que no se ha olvidado de usted y también ha comprado provisiones para nuestra excursión de esta mañana.

- ¡¡Mi cartera...!! ¡Mi car...! ¿Excursión?

- ¡Sí hombre! ¡Verá como se despeja! Además le hemos elegido chófer oficial de la familia.

Instantes después estaba delante del volante, con un dolor de cabeza impresionante, el niño dándome collejas y Domingo sintonizando "Radio Futbolín Matutino". Cada vez que el locutor anunciaba un gol -¡¡¡gol, gol, goooooool!!!-, yo me sentía morir.

Llegamos a una arboleda cerca de un riachuelo y nos instalamos. Se llevaron las llaves del coche, pero al menos me olvidaron unas horas. Estaba soñando con Naomí Campbell, cuando un grito que no parecía humano retumbó en mis oídos.

- ¡¡¡ECO, ECO, EEECO, EECOOO, EEE, COOOOOO, EEEEEEE, COOOOOOO...!!!

Quizás fuera que el ron me había dejado insensible, lo cierto es que casi no sufrí lo que me sucedió el resto del día. Ni el cangrejo de río que me echó por la espalda Pablito, ni que Dolor hiciera sus necesidades en mi asiento, ni que Domingo enganchara su anzuelo en mi nariz cuando lanzó el sedal de su caña de pescar, ni siquiera que Pituca me hiciera probar esa morcilla caducada.

- ¡Vamos, Salustiano! ¡Ya hemos llegado! Este hombre me preocupa, no tiene buen color de cara. ¿No es verdad, Domingo?

Asomé la cabeza por la ventanilla. Ya era de noche y estábamos de vuelta en el camping. Una niña me miraba en ese instante; salió corriendo asustada y gritando:

- ¡¡Mamá, mamá!! ¡¡Un zombie, un zombie!!

Me dirigí a mi tienda. Pero era tarde, esos okupas ya estaban dentro. Note como una mano daba un par de palmaditas en mi espalda. Al darme la vuelta, me encontré con un señor vestido con un mono de mecánico.

- Estos señores dicen que usted pagará la reparación de la furgoneta.

- Sí, claro, como no. ¿Cuánto es?

- Cuatrocientos treinta y cuatro euros... Más la voluntad... Je, je.

- Tome quinientos. Una pregunta: ¿esa grúa que está ahí delante es suya?

- Sí.

- ¿No llevará una garrafa con gasolina por casualidad, verdad?

El resto de la historia ya la sabe usted, señor comisario. Tuve la mala suerte de que el primo del encargado estuviera allí con unos amigos y encima resultara ser un policía. Pero le prometo que, sí hubiera culminado felizmente mi acción, la Humanidad me lo hubiera agradecido.

31.01.2008. 10:12