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Mata-Hari

Mata Hari en la celda de alta seguridad

El jefe necesitaba sitio para la bicicleta estática que se ha comprado. Así que estamos haciendo limpieza en el sótano de la agencia. ¡Ay!, recuerdos, recuerdos. La hoguera está haciendo bien su trabajo, pero hay tomos de los que es difícil desprenderse.

Archivo de La Granja. Así se conocía a la antigua academia de agentes secretos. El nombre no era ninguna alegoría, sólo reflejaba la realidad.

Allí empezó mi formación hace ya muchos años. El tercer día, derribé un helicóptero de la Guardia Civil cuando estaba haciendo prácticas de tiro con un bazooka. Los demás alumnos tuvieron libre el fin de semana, privilegio que yo obtendría cuando "las ranas críasen pelo" según el director de la academia. Le recordé que había una especie en Brasil, creo, que reunía esas condiciones. Su fulminante mirada dejó a las claras que era mejor que me callara.

Después de ordeñar a las cuarenta y tres vacas del establo, limpiar las caballerizas y lavar a Vigía, el perro guardián, estaba bastante cansado. Tumbado sobre la paja, casi me quedé dormido. Casi, porque un polluelo que estaba extravíado empezó a picotearme en un ojo. Pasado el primer impulso de darle un manotazo y enviarlo a Constantinopla, me apiadé del bicho y lo llevé al gallinero. Jo Lín, alumno de intercambio chino, estaba encargado del recinto gallineril. Después de examinar al animalito, me dijo que no era polluelo, sino polluela.

No se como pasó, pero cogí cariño a Mata Hari, nombre que le puso Genárez, que había estudiado en un colegio de pago y parecía el más listo de la promoción. La alimentaba con el mejor maíz que podía encontrar, la atusaba las plumas y la enseñé a levantar la patita cuando alguién le ofrecía la mano. ¡Qué lista era!. Se me ocurrió que para impresionar al jefe y que así olvidara en lo posible mi incidente con el helicóptero, podría entrenar a la gallina como se hace con otros muchos animales.

Así lo hice. Resultó ser una guardiana mucho más eficiente que Vigía: era maravilloso verla hacer la ronda por las noches y alertar con sus cacareos de cualquier peligro; algunos compañeros me reprocharon la instrucción que dí a la gallina para detectar drogas, pero debía ser envidia; aunque me parece que no debí nunca iniciar a Mata Hari en el mundo de las "gallinas mensajeras".

El animal no quería hacerlo, estoy seguro. Ella vio un sobre con el membrete de la agencia, igualito al que usabamos para las pruebas, lo cogió con el pico y se lo llevó. Sí, las cámaras de seguridad no mentían, ella se había llevado la lista de agentes infiltrados en las agencias enemigas. Casualmente, tres días después todos fueron atrapados, de acuerdo... pero no hay nada que relacione ambos hechos.

Ni Mata Hari ni yo tuvimos un juicio justo. Mi castigo fue la pérdida del sueldo de los tres siguientes lustros y estar de rodillas cara a la pared durante dos meses. A Ella... No, no puedo seguir. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando paso cerca de una pollería.

21.01.2008. 10:26