Viajar es un placer... a veces
Recibí el sobre con la información sobre la misión, los tres euros para tabaco y un billete de avión para las islas Caimán. "¡Qué suerte, una misión feliz al fin!", pensé...
- ¡Taxi!. Al aeropuerto, por favor.
A los 50 minutos de trayecto empecé a escamarme. "Es la segunda vez que rodeamos esta plaza", me dije a mí mismo.
- Son 24 euros, señor...
- Tome. ¡Ah!, y gracias por el paseo turístico, pero le informo que vivo en esta ciudad, no soy un turista despistado.
El taxista me cobró la mitad de lo que había pedido y se fue sonrojado.
Mi vuelo a esas islas paradisíacas partía en dos horas, por lo que decidí ir al bar a tomar un refrigerio. El camarero se rascaba la barriga mientras estaba cortando el trozo de tortilla para mi bocadillo. Algo extraño pasó: no pude dar más de dos bocados al bocata porque estaba malísimo. Pero la cerveza era otra cosa, fría y espumosa. Así que repetí y pedí la cuenta.
- Son 27 euros con 30 céntimos.
- Oiga, ¿pero qué he roto? -no pude contenerme-.
Pagué religiosamente y me fuí hacia la puerta de embarque.
A los veinte minutos de estar leyendo el diario deportivo de turno, se oyó por megafonía que el vuelo se retrasaría una hora. "Bueno, es normal en estas épocas", pensé. Al terminar la sección sobre natación sincronizada (las páginas de fútbol las había visto tres veces ya), se sentó un señor mayor a mi lado y me pidió prestado el periódico muy amablemente. Cuando se enteró del resultado del partido que su equipo había jugado el día anterior, empezó a soltar improperios e insultos como un condenado. Acto seguido empezó a contarme una historia sobre viejos tiempos deportivos, monólogo que fue degenerando hacia recetas culinarias, enfermedades intestinales, familias políticas, pensiones y trucos de limpieza en el hogar.
- ... Y, creáme joven, que el zumo de limón con aceite de oliva y jabón Lagarto hace maravillas en las preciadas alfombras de nuestra residencia.
En esto sonó otra vez la megafonía; el vuelo tendría todavía dos horas más de retraso. Ya empecé a enfadarme. Para colmo notaba unos retortijones en el estómago producidos, seguramente, por la tortilla en mal estado que había consumido; y también estaba contribuyendo a este malestar fisiológico el vejete de al lado.
- Excúseme, he de ir al inodoro -intenté ser fino, pero no me concentraba bien-.
Llegué al servicio a tiempo. Pero, ¡ay de mí!, no disponía de papel higiénico. No se me ocurrió otra cosa que utilizar los Abanderado que llevaba puestos para sustituir el preciado rollo de celulosa. Tiré de la cadena y me aseé las manos. Terminada la operación, me volví donde estaba, no sin antes cruzarme con una empleada de la limpieza del aeropuerto.
- ¿Se encuentra bien, joven? -preguntó el señor.
- Sí, sí gracias. He debido comer algo que no me ha sentado demasiado bien.
- ¡Ya no sabemos lo que comemos!. Alimentos transgénicos, pesticidas y bla, bla, bla, bla...
En esos momentos me estaba quedando adormilado, pero desperté cuando vi pasar a la señora de la limpieza con un cubo, una fregona y cara de pocos amigos. La mirada que me dirigió me puso los pelos de punta.
- El campo, eso sí que es salud; con su miel, su maíz, sus patatas, los excelentes productos de la matanza...
Fuí a preguntar a información que era lo que estaba ocurriendo. La señorita, una morena guapísima, me contestó que había problemas en el tránsito europeo debido al mal tiempo en Alemania y Luxemburgo, unido a la huelga del personal de tierra del aeropuerto de Bruselas y el puente festivo de la República de Pestiquestán.
- Es decir, que no tiene ni idea, ¿verdad? -recuerdo que esta aseveración vino acompañada de algún adjetivo ofensivo que no puedo volver a reproducir-.
Volví a mi sitio. El pesado del viejo había encontrado otra víctima, por suerte. Cogí el periódico y me dediqué a estudiar la programación televisiva de forma sosegada y pertinaz. Poco después se formó un gran revuelo en la sala.
- ¿Qué es lo que pasa? -pregunté a un niño que corría hacia todo el tumulto-.
- ¡Viene el Puntapié C.F., viene el Puntapié C.F.!.
El anciano escuchó estas palabras y, como si tuviera un resorte, se levantó del banco, cogió su garrota y, con los brazos el alto fue en la misma dirección del infante. Entonces supe que el Puntapié era su equipo.
- ¡¡¡Ladrones, estafadores, manganteeeees...!!! ¡¡¡Nos hundireis en la 3ª división!!!
La marabunta se dirigía hacia donde estaba sentado. Ví al viejo fanático con la garrota en alto y dando porrazos a los jugadores. Intenté sujetar al furibundo agresor; de repente se me nubló la vista y perdí el conocimiento.
- Despierte, hombre, despierte.
- ¿Do..., dónde estoy?
- En el Hospital de Nuestra Señora de la Tibia Rota.
- ¿Y cómo he llegado aquí?
- Le ha traído la policía. Se les fue algo la mano cuando le detuvieron en el aeropuerto. ¡Qué vergüenza, un adulto como Ud. portándose como un energúmeno...!
- ¡Pero oiga!, ¿qué me está diciendo? Yo no he hecho nada, a lo sumo atascar un aseo público...
- Eso se lo tendrá que contar a los policías de la puerta. De todas maneras tienen un testigo de su agresión alevosa a los jugadores de fútbol, un señor jubilado que estaba allí.
El sr. Juez fue magnánimo y rebajó la multa que me impuso a sólo 20.000 euros. Pero lo que no aguanto, de ninguna manera, son los trabajos forzados a que me ha condenado durante los próximos 4 meses: asistencia social en una residencia de la tercera edad.
Espero que el presente informe despeje todas las dudas del porqué no se pudo llevar a cabo la última misión encomendada por la agencia a este humilde agente.
Firmado: Z
05.01.2008. 16:16